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Editoriales y Columnas
 
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22/feb/2017

El 28 de julio de 2010, a través de la Resolución 64/292, la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció explícitamente el derecho humano al agua y al saneamiento, reafirmando que un agua potable limpia y el saneamiento son esenciales para la realización de todos los demás derechos humanos.

Por: Dr. Roberto Fermín Bertossi (*)

La Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) adoptó el 22 de diciembre de 1992 la resolución A/RES/47/193 por la que el 22 de marzo de cada año fue declarado Día Mundial del Agua.

Así, cada 22 de marzo celebramos anual y especialmente ese día, como un medio de llamar la atención sobre la importancia de este recurso natural esencial, así como asegurar en todo lo posible, una gestión más razonable y sustentable del mismo, en donde no haya más cabida para barbaridades como por caso, el habitual y masivo derroche de hasta 20 litros de agua potable para vaciar cada poco de orina en cada inodoro, otros cientos para el lavado de autos, veredas, etc.

Entonces qué mejor, ante la crisis hídrico global provocada por la estupidez y la locura humana, que impulsar e incentivar una profunda educación ambiental (art. 41 CN.) acentuando lo atingente a una reconversión cultural y corresponsabilidad social en pos de lograr los mejores usos, consumos y reservorios acuíferos, posibles.

Ante un tremendo estrés hídrico con escenarios inéditos de escasez y agotamiento del recurso, ya es hora de comenzar a revertirlos oportuna y contundentemente sin perjuicio de valorar simultánea y constitucionalmente como grave deber humano todo lo concerniente a la mayor disponibilidad y el mejor aprovechamiento de agua potable y/o potabilizable existente en el planeta tierra, (o ¿acaso hablamos, legislamos y defendemos sólo derechos humanos?)

Siendo el acceso universal al agua potable un derecho humano, la utilización irracional de este recurso natural (segundo en importancia humana después del aire) sumada al descontrol u ausencia de regulación en la materia, han provocado una tremenda disminución de reservas naturales o acuíferos, incentivando una mercantilización escandalosa de este supremo derecho humano; comprometiendo y tensionando angustiante e inquietantemente las necesidades vitales –ya no solo- de las generaciones futuras.

El 28 de julio de 2010, a través de la Resolución 64/292, la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció explícitamente el derecho humano al agua y al saneamiento, reafirmando que un agua potable limpia y el saneamiento son esenciales para la realización de todos los demás derechos humanos.

A propósito, un documental del año 2012, basado en el conocido libro “Oro azul” de Maude Barlow y Tony Clarke, demuestra cómo el planeta se acerca rápido y peligrosamente a una crisis mundial por el agua, mientras la fuente de vida por excelencia entre a formar parte de un mercado global y sea asunto de disputas en la arena política, diplomática ¿y militar?

No es casual entonces que en su mensaje especial de despedida, el Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki-moon en el Día Mundial del Agua, el 22 de marzo de 2016 ppdo., haya propuesto la adopción convergentemente global de medidas audaces para hacer frente a la desigualdad en materia de agua potable y saneamiento, como meta y guía de la labor encaminada a hacer efectiva la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.

Eso mismo reafirmó al asumir su flamante sucesor António Guterres nuevo Secretario General de la ONU para el periodo 2017-2021, cuando proclamó que la dignidad humana será «el núcleo de su trabajo» convencido de que este organismo supranacional mundial –en tanto asociación para garantizar la paz, la seguridad y la alimentación mundial-, está en una posición única para superar los desafíos globales y alcanzar el desarrollo sostenible. Siendo el agua potable y el saneamiento el mayor desafío silencioso mundial, claramente sin los mismos, humanamente no habrá dignidad ni agua ni vida ni paz para todos en la faz de la tierra.

Como sugiere Umberto ECO, supimos muy bien como destruir países y ciudades, pueblos y civilizaciones, pero todavía no tenemos ideas precisas sobre cómo conciliar el bienestar colectivo, el porvenir de los jóvenes, la superpoblación del mundo y la prolongación de la vida para todo lo cual, el agua potable y el saneamiento, son sencilla y vitalmente imprescindibles e insustituibles.

Finalmente ojalá, este 22 de marzo sea un día para concientizarnos y sacudirnos sobre la función vital del agua potable en tanto insumo humano de primer orden, así como para propiciar y comprometer mejoras para ´saciar´ demasiada sed de la vida mundial (humana, celular y microbiana de la tierra, vida vegetal de los cultivos, animal del ganado como de todo ser viviente; vidas que se sostienen unas a otras); ojala que también sea un día para debatir cómo deberemos gestionar los recursos hídricos en el futuro, porque ya pasamos 24 años atrapados por egoísmos, necedades, desaprensiones e insensateces según dan cuenta los rotundos fracasos de las cumbres del agua (la última en Budapest 2016´); e in extremis cuando somos una de las últimas generaciones que ya no debe cometer el mismo error, otra vez.

 
(*) Investigador CIJS / UNC

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